Alda Reyno, y la alegría de vivir...

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Junto a ella los tiempos difíciles se hacían llevaderos y las penas pasaban a tiempo de gacela.


Alda Reyno, quien fuera uno de los pilares fundacionales de la danza en la región de Valparaíso, dejó de existir en la madrugada del 5 de Febrero en la ciudad de Viña del Mar, a la edad de 90 años. Discípula de Doreen Young y más tarde colaboradora incondicional de la misma, desarrolló una importante labor artística en el campo de la danza y el ballet, siendo pionera en la inserción de la danza en la escolaridad.

Nueve décadas regaló el Soberano Dios Todopoderoso a la indómita Alda Reyno, quien amó la vida disfrutando del arte y la danza como pocas. Nacida en Taltal se trasladó junto a sus padres a vivir al puerto de Valparaiso y con apenas cuatro años de edad se incorporó a la Academia de Danza Clásica de Doreen Young. Convertida en una jovencita y titulada de profesora, rindió exámenes ante la Escuela Normal Superior “José Abelardo Núñez” de Santiago, obteniendo el permiso para dirigir su propio colegio, instancia que hizo propicia para incluir la danza en los programas de estudios regulares allá por el año 1949.

Mujer de gran belleza y enormes ojos azules, carácter jovial y entretenida personalidad, Alda Reyno contagiaba su entusiasmo y vitalidad a cualquiera que cruzara su caminar. Nadie quedó ajeno al magnetismo envolvente que poseía, mujer decidida con pensamientos y actuar de avanzada para la época. Independiente absoluta, le importó un soberano cuesco convertirse en madre soltera y mucho menos el "que dirán". Uno de sus pretendientes más serios, después de Victor Carretero - padre de su hijo Eduardo -, fue el presidente Salvador Allende.

Alda Reyno supo encauzar su vida de modo inteligente transformándose en un verdadero aporte a la educación y la cultura de la época. Fundó su propio colegio "Jardín Infantil y Preparatorias Alda Reyno”, más un anexo en el Cerro Alegre y una Academia de Danza Clásica en los altos del ya desaparecido Teatro Victoria en la céntrica Av. Pedro Montt.

Paralelamente a la actividad docente, participó activamente como bailarina gozando de gran prestigio y conquistando centenares de admiradores y aplausos por doquier. Formó pareja artística con destacados maestros, bailarines y coreógrafos de aquellos años, entre ellos Plinio Oriansky, Elbio Cosentino y el recordado Paco Mairena, entre otros.

El terremoto de 1965 destruyó por completo el Teatro Victoria y, por consiguiente, la escuela de su propiedad instalada en el tercer piso de aquella sala porteña. Por algún tiempo, Alda Reyno continuó con el anexo del Cerro Alegre para cerrarlo definitivamente a finales de los 60. Con 51 años, tomó la firme decisión de convertirse en alumna nuevamente, pero esta vez se adentraría en los secretos de la danza española. Posteriormente y ávida de conocimientos, se inscribió en la ex-Escuela Coreográfica del Ministerio de Educación, dirigida entonces por Malucha Solari. Los años 72 y parte del 73 la acogieron las salas de la Escuela de Danza de la Universidad de Chile formando parte del curso de Pedagogía en Danza.

La vida y obra de Alda Reyno quedaría registrada en el libro “Una danza vivida” de las autoras Alda Reyno (su nieta) y Mariela López, que nos cuenta de la calidad humana de esta extraordinaria mujer, su faceta artística y la fortaleza ante los embates de la vida; pero por sobre todas las cosas, su inmensa alegría de vivir.

La danza regional le conoció participando del consejo sabio que tenía a flor de labios, la crítica severa y bien intencionada, o simplemente disfrutando de la clase diaria, ya que era frecuente verla en el salón tomando clases con sus ya bien puestos 80 años.

Junto a ella los tiempos difíciles se hacían llevaderos y las penas pasaban a tiempo de gacela; pero la tristeza y el dolor llegarían implacablemente a su vida el 2004. La partida de Jorge Pizarro, su pareja de toda la vida, y al año siguiente la muerte repentina de su hijo único, Eduardo Carretero, señalarían el inicio de su tardía vejez.

Desde aquellos días, el soplo de vida comienza lentamente a apagarse en la vida de Alda, refugiándose en los recuerdos evadiendo todo contacto con el mundo real.

Sin duda, tanto a su familia como a alumnos y compañeros de arte, nos queda la enorme satisfacción de haber compartido con una gran mujer, cuya alegría de vivir fluía arrebatadoramente de sus poros.

Queda simplemente decir... hasta pronto Alda querida, tus enseñanzas y legado nos acompañarán en nuestro caminar .

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